El líder del PP en el parlamento europeo reclama hoy desde las páginas de ABC un “movimiento político y social” para apoyar al Gobierno con el fin de acabar con la crisis nacional. Hasta hace bien poco, muchos hubiéramos aplaudido la iniciativa. Sin embargo hoy rechina.
Jaime Mayor Oreja, por quien siento el mayor de los respetos y no poca admiración, nos propone hoy que nos sumemos a un “movimiento político y social” con el fin de “apoyar la política del Gobierno de España para salir de la crisis” y para evitar, por ejemplo, que ETA se salga con la suya.
Hasta ahora siempre he compartido los análisis y las propuestas de Mayor Oreja y siempre me han parecido atinados y oportunos. Hasta ahora. Pero la circunstancia que vivimos ha dado en agotar el margen de maniobra del que otrora disponíamos.
Hace dos o tres años, o cinco, o diez, lo que representa Mayor Oreja era una esperanza. Y creíamos que en algún momento cercano del futuro esa esperanza cuajaría, que se traduciría en hechos, en logros.
Ha pasado el tiempo, la nación se ha hundido, las esperanzas siguen siendo eso, esperanzas, buenos deseos, hipótesis optimistas, y personas como Mayor Oreja ocupan un papel irrelevante en su partido.
El mejor logro de quienes encarnaban nuestra esperanza ha sido la creación de una asociación (la Fundación Valores y Sociedad en el caso de Mayor Oreja) y de una página de internet muy activa en twitter (Reconversión, impulsada por Alejo Vidal-Quadras).
Ahora Mayor Oreja alza la bandera de la unidad. Pero ni es alternativa dentro de su propio partido, ni a estas alturas se nos puede pedir a los ciudadanos que apoyemos al Gobierno porque la cosa está muy mal.
En efecto, la cosa está muy mal. Y el origen de esa maldad reside precisamente en quienes están proponiéndonos las soluciones.
En otras palabras, no creo que ningún “movimiento político y social” nacido al amparo o a la sombra o en los aledaños del poder político actual vaya a resolver ni uno solo de los problemas a los que la sociedad española se enfrenta.
Necesitamos líderes nuevos y hasta hoy ajenos a la política y organizaciones políticas nacidas desde la ciudadanía y no a través del tamiz del poder.
Como el propio Mayor Oreja sabe, la solución pasa por un cambio de modelo de sociedad. Y para lograr eso necesitamos tocar más fondo todavía. Mucho más. Será entonces cuando surjan las soluciones. Que vendrán de la sociedad, no de los arrabales del poder.
El desprecio de todos los partidos políticos españoles hacia quienes les han elegido y les mantienen va en aumento. Y en la misma proporción crece la sensación de impotencia de los ciudadanos.
“Artículo 1. Objeto. Las subvenciones reguladas en las presentes bases tienen por objeto la financiación a las fundaciones y asociaciones dependientes de partidos políticos para la ejecución de actividades relacionadas con la promoción de la democracia y la consolidación de los sistemas de partidos políticos.” (Orden AEC/1510/2012, de 21 de junio, reguladora de las bases para la concesión de subvenciones para la realización de actividades en el marco del Plan Director de la Cooperación española)
La burla al ciudadano aparece por doquier. Empieza en la cúspide del poder ejecutivo, cuando Mariano Rajoy anuncia en el Congreso la ejecución sumaria de la actividad económica de las familias, y al mismo tiempo limita el derroche institucional a una reducción del 30 por ciento en el número de concejales.
Continúa con las administraciones regionales, numantinas en la defensa de unos privilegios que se empeñan en disfrazar con la banderita de turno, poniendo una vez más en evidencia que el estado de las autonomías no ha servido para acercar el poder al ciudadano, sino para acercarle la corrupción. La económica y la otra.
Sigue con unos ayuntamientos tan prescindibles como los gobiernos autonómicos, buenos solo para contratar cantantes etarras o macarras, según las siglas políticas del alcalde, y que escenifican la burla con descarnada sinvergonzonería: el número 2 del Ayuntamiento de Madrid, Miguel Angel Villanueva, artífice de la equiparación de San Isidro con las algaradas del “orgullo” gay, anuncia que los ediles y altos cargos municipales se reducirán el sueldo el equivalente a la paga extra que no percibirán sus funcionarios. ¿No sería más fácil renunciar a esa paga? ¿O reducirse el suelo un 30 o un 40 por ciento?
La corrupción y el desprecio al ciudadano se prolonga en todos los ámbitos de gobierno del poder judicial, destacando con brillo propio los miembros del CGPJ, que juzgan a uno de los suyos por los mismos delitos que comenten todos y, terminada la faena, en lugar de aplicarse el cuento, empiezan a acuchillarse unos a otros para ver quién manda.
Desprecio al ciudadano y burla, en esta ocasión especialmente sangrienta, mancha asimismo las manos de los miembros del Tribunal Constitucional, sede donde se atrincheran algunos de los mayores traidores a la patria, vendidos al poder sin ningún disimulo, husmeando de dónde sopla el viento de sus intereses antes de tomar cualquier decisión.
Desprecio desde la más alta institución del Estado, convertida en títere del pensamiento políticamente correcto y cuyo menor problema es la corrupción que azota a su familia.
Estamos viviendo el desenlace de la transición. Y por doquier se pone de manifiesto lo fallido de aquel experimento y la incapacidad de quienes han conducido el Estado desde los años 70 hasta nuestros días. Cada vez tenemos más claro que nuestro primer problema son ellos, nuestros representantes políticos, a quienes hemos estado votando durante tres décadas en el marco de un sistema constitucional inviable que propicia la corrupción institucional.
Hoy la pregunta no es cómo está la prima de riesgo sino qué vamos hacer con ellos. Y qué vamos a hacer juntos, si es que llegamos a tiempo: hacia dónde vamos a ir ahora.
El mundo de mediados del XX, en cuyo caldo fuimos cultivados, está desapareciendo. Y el modelo que instauró la transición se está hundiendo sin remedio en medio de la indiferencia general. La pregunta ahora es si la hecatombe que viviremos se llevará por delante los pestilentes valores sobre los que hemos construido nuestra vida colectiva.
Todas las sociedades han avanzado gracias a, o por causa de períodos de violencia. La idea nos repugna: somos hijos de la decadencia de nuestro opulento y corrupto imperio romano y no queremos más sangre que la del circo de las teles o los estadios.
Pero caminamos con firmeza y rapidez, aunque quizá en la ignorancia, hacia la violencia de la que tendrá que nacer la sociedad que vivirán quienes nos sucedan.
En la medida de mis ínfimas posibilidades, trabajo para que el momento nos pille con mucho músculo moral. Porque la posibilidad de que la violencia que nos espera se lleve por delante los valores sobre los que hemos construido la sociedad que ahora se hunde, merece nuestro máximo esfuerzo.
El tiempo juega a nuestro favor. Y también la fortaleza de unas convicciones que no son precisamente las que ahora están en cuestión. De modo que, desde el pozo del desastre en el que nos sumergimos a velocidad imparable, me declaro profundamente optimista.
Cómo no sentirse esperanzado cuando asistimos al colapso de los valores que, en los últimos 30 años, han hecho de nuestra sociedad un lodazal.
Se hunden también las estructuras políticas sobre las que esos valores se han sustentado y de las que han vivido como alimañas carroñeras.
Empiezan a caer los mitos ideológicos y culturales que arrasaron nuestra mente en los años en que debíamos ser educados y no adoctrinados.
Se hace añicos la casta política, cultural, económica, mediática, responsable de nuestro empobrecimiento material y moral.
Empezamos a caminar sobre los restos de las instituciones con las que todos ellos pretendieron construir un mundo a la medida de sus intereses.
¿Por qué habría de preocuparme el hundimiento de un modelo de sociedad que se ha dedicado única y exclusivamente a abducirme y a tratar de acabar con mis valores desde que tengo uso de razón?
Al PP de Mariano Rajoy le falta tiempo para apoyar las políticas más conspicuas del zapaterismo. Ahora en la ONU, de la mano de Bibiana Aído y con el aborto. Ayer con EpC. Siempre con su sumisión a los valores de quienes tienen como único objetivo destruir nuestro modelo de sociedad.
El Gobierno de Mariano Rajoy no solo está manteniendo el apoyo económico a los programas que propugnan la ideología género en el tercer mundo (el principal instrumento del nuevo colonialismo), sino que quiere reforzar en España políticas como las promovidas por personajes tan siniestros como Bibiana Aído.El Ministerio de Ana Mato, uno de los miembros más lamentables del consejo de ministros, se ha reunido con Michelle Bachelet, la representante de ONU Mujeres, para asegurarle que no solo no tocará una coma de la legislación relativista impuesta por el anterior Gobierno socialista, sino que España seguirá siendo el país que más contribuye a los programas coloniales de ideología de género de ONU y para comprometerse a trasladar a nuestro país las últimas ocurrencias del departamento de Naciones Unidas que dirige la expresidenta chilena y asesora la exministra del aborto (Aído vuelve a aparecer en la política española).
A pesar de su abrumadora mayoría absoluta y de que lleva tan poco tiempo en el Gobierno, no hay un solo ámbito de la política nacional en el que el PP no nos haya traicionado:
Que en el seno del PP la división no se haya explicitado todavía, que no sea pública y manifiesta y no haya empezado a acogotar a Mariano Rajoy y a los dirigentes de este PP desleal con sus electores, empieza a decir muy poco de quienes dicen sentirse incómodos dentro de esa formación.
Empiezo a pensar que a los buenos del PP les preocupa más diseñar la operación de manera que ellos mismos sobrevivan, que regenerar la política nacional.
Otra vez nos falla la clase política. Incluso aquella que parecía convertirse en nuestra última tabla de salvación.
¿A qué demonios estáis esperando?
Todavía no lo saben, pero los partidos políticos actuales con todos sus dirigentes han entrado en barrena. Y el sistema constitucional español ha colapsado. Rien ne va plus. Tarde o temprano, hasta ellos empezarán a hablar de refundar el país. El problema es que hacerlo de verdad puede costar un grado de violencia insostenible. Y frente a ello, tal vez prefiramos desaparecer por el sumidero.
No estamos ante un asunto meramente económico. Es el modelo de sociedad que hemos construido en los últimos 30 años el que se ha demostrado inviable. El caos económico simplemente ayuda a aflorar los tintes más dramáticos de nuestro fracaso colectivo.
La raíz del problema está en primer lugar en quienes tenían la responsabilidad de dirigir el destino de la nación y en el modelo político que nos propusieron. Y en segundo lugar en nosotros mismos, ciudadanos de a pie, incapaces de reflexionar un solo segundo acerca de la responsabilidad que comporta el derecho al voto. Mentecatos sectarios cegados por el culto estúpido a unas siglas, las que fueren, en lugar de aprender que no hay derechos sin deberes y que las ideas tienen consecuencias.
Nos ha dado igual todo y hemos preferido el tintineo de las monedas en el bolsillo a la dignidad nacional. Cambiamos los principios por los que se deben regir los ciudadanos de una nación íntegra por el viaje a Cancún, o por el traje de lupanar de Las mil y una noches para la primera Comunión de la niña, o por una televisión de plasma más grande que las ventanas por las que debería entrarnos la luz.
Hemos pasado décadas pensando que el ocio es el tiempo que uno dedica a patear un centro comercial. Dejamos de leer porque es aburrido. Y de pensar, porque para eso está la 2. Y así transferimos nuestra voluntad y nuestra libertad al Estado.
Y el Estado se hizo con la 2 y convirtió nuestro cerebro en un gulag mientras sonreíamos pensando que lo importante era la hipoteca.
Tenemos realmente lo que nos merecemos. Sobre el horizonte de este incierto 2012 no vislumbramos ni honra, ni barcos. Estamos llegando al fondo. ¿Qué haremos cuando nos instalemos definitivamente en él?
En un país como Dios manda estas cosas se resuelven con borrón y cuenta nueva. Refundación del Estado; redefinición de la nación; otra Constitución (si es que es necesario tener una Constitución); proclamación de un nuevo sistema político; desaparición de buena parte de las actuales instituciones; limpieza a fondo de las que sobrevivan.
Pero hace demasiados siglos que España dejó de ser un país como Dios manda. Ya somos incapaces de ver más allá de nuestras cortas narices. Y no parecemos hoy por hoy capacitados para escucharnos y acogernos unos a otros.
Hemos perdido la capacidad de ver en el otro a un compatriota. Y eso nos podría conducir a la violencia en el momento en que se produzca el crac, o al suicidio colectivo, es decir, a seguir sin hacer nada.
A algunos nos queda algo de optimismo todavía, y aguardamos esperanzados el momento de la hecatombe. Porque cuando toquemos de verdad fondo, de entre las ruinas sabremos resurgir. Y lo haremos de otra manera. Nada que ver con la sociedad que nuestra generación construyó y conoció.
Eso al menos quiero pensar.
He leído con tristeza, con el respeto que me merece y con la credibilidad que tiene, el último artículo de Francisco José Alcaraz, Crónica de una decepción, aparecido en Libertad Digital. Un exabrupto, apenas una frase. Eso fue lo único que surgió cuando terminé: “¡Que nadie tenga en la clase política los cojones de dar un paso al frente para encabezar una alternativa!”
El país necesita sacrificios y entrega. Algo imposible sin liderazgo. Pero aquí nadie levanta la mano.No hace falta tener especiales conocimientos, ni ser un analista de primera para vislumbrar el cronograma de la destrucción de la nación, tan visible ya como soez, que cumplirá sus últimos objetivos en apenas tres años. Pero ninguno de los dirigentes políticos en activo y tampoco quienes están en la reserva, extraditados de su partido por causa de sus principios, tiene el valor, la capacidad de sacrificio y la generosidad necesaria para levantar la mano.
Todos hablan (o hablaban) de la política como servicio. Pero a la hora de la verdad, en el momento de la gravedad extrema, parecen haberse vuelto avestruces.
La dirección del Partido Popular, querido Jose, cree estar actuando correctamente: sus actuales dirigentes consideran que los pasos que han dado, y que tú acertadamente señalas en tu artículo, contribuirán al fin del terrorismo en España y a la desaparición irreversible de sus partidarios.
Pero si las políticas del PP consisten en seguir la senda del PSOE o incluso en ir más allá, clama al cielo que nadie alce la voz en las filas de ese partido.
A diferencia de ti, yo sigo confiando en una de las dos almas del PP. Pero reconozco que esa alma requiere de un electroshock porque, a decir verdad, tiene los días contados.
La derecha necesita urgentemente una UPyD. Y una Rosa Díez. No sirven los minúsculos partidos que frecuentan cada convocatoria electoral sin programas verosímiles, sin dirigentes capacitados, ni perspectivas razonables. (Y me adelanto a algún comentarista: tampoco sirven las voluntariosas resurrecciones de fórmulas tan caducas como la vieja, en demasiados lugares corrupta y en todos desprestigiada Democracia Cristiana.)
Vidal Quadras sostiene que todavía hemos de tocar fondo. Y cuando lo hagamos, la alternativa surgirá de manera casi natural de entre lo que ahora se denomina derecha sociológica, esa amalgama de movimientos sociales, asociaciones, medios de comunicación y movimientos cívicos críticos con la línea de la actual dirección del PP.
En el seno del movimiento cívico algo se está cuajando. Pero no estoy demasiado seguro de que ese sea el procedimiento más eficaz porque largo me lo fiáis: dudo que la nación pueda resistir tres o cuatro años más.
Por otra parte, que Alejo Vidal Quadras señale a la ciudadanía para resolver la crisis de España, en lugar de apelar a la estructura política de la nación, me alarma en extremo. Sabe de lo que habla, conoce a sus compañeros, los políticos de todos los partidos. Lo que me lleva a pensar que no da un duro por ninguno de ellos.
Sin embargo, a mi modo de ver, la única fórmula para evitar la destrucción de nuestro país en esta misma legislatura y para iniciar un proceso de regeneración está en manos del PP. Pero la dirección de los populares solo emprenderá ese camino si siente en la nuca el aliento de una UPyD a su derecha. Y esa operación solo cuajará si está encabezada por alguno de esos dos o tres nombres que todos conocemos.
Son esas personas quienes deben encabezar el sacrificio que todos habremos de secundar. Dando un paso al frente, anunciando su salida del PP y la creación de una nueva formación.
Les apoyaremos económicamente. Les sostendremos hasta las próximas elecciones. Trabajaremos para ellos. Compartiremos el camino. Y conseguiremos sin ningún género de dudas que entren en el Congreso en la próxima legislatura.
Para quienes lo han sido ya todo en política, el riesgo de una operación semejante es limitado. ¿Qué puede perder quien está de vuelta? Y la compensación, inmensa: hay un hueco en la Historia para quien dé el paso.