Desde la publicación de la encuesta que recogía la escasa convicción nacional de los catalanes, que en absoluto se consideran a sí mismos ciudadanos de una nación que no sea la española, el nacionalismo no se ha recuperado.
La perplejidad se alterna con la negación de la mayor: la encuesta está mal hecha. Pero el caso es que solo un 28% de los ciudadanos catalanes considera que Cataluña sea un nación.
A estas alturas hay por lo menos tres Cataluñas: la real, que sobrevive a túneles y campañas de control lingüístico; la imaginaria, inventada de arriba abajo por el nacionalismo; y la oficial, muy ligada a la anterior y que es la que vive una clase política en estado de radical divorcio con la realidad.
La Cataluña real estos días eclosiona en el Carmelo, barrio desde el que uno de los cronistas oficiales del pensamiento único se pregunta inquieto si Cataluña es una nación. Es lo que tiene el nacionalismo. En lugar de preguntarse qué se puede hacer para evitar más agujeros, se mira el ombligo de la identidad:
"Catalunya es una nación. Parecía un dogma de fe, una creencia arraigada, incluso algunos la justificábamos rebuscando entre los argumentos de la ciencia política o la historiografía: había una lengua, una cultura, etcétera y etcétera. Incluso mirábamos por encima del hombro no ya sólo a quienes negaban tan evidente realidad, sino incluso a aquellas pobres criaturas que mostraban un cierto escepticismo. Obviamente sólo podían ser unos acérrimos españolistas o unos perfectos ignorantes, cosa que para muchos catalanes es sinónimo.
"Por lo visto ahora Catalunya en el nuevo Estatut ya no será una nación, sino una comunidad nacional, es decir, que ahora que ya he aprendido a decir flim, ahora se llama penicuna, pero en cualquier caso lo que quería decirles es que para tener una nación hay que tener nacionales. Vamos, que no basta con las Homilies d´Organyà o las cumbres nevadas del Pirineo, sino que son precisos unos individuos que llenen el paisaje si no queremos que la patria se quede recudida a una postal Escudo de Oro. Pues bien, según una encuesta publicada en estas páginas, el 46% de los encuestados cree que Catalunya es una región más de España y tan sólo un 28% concibe Catalunya como una nación. Todos recordamos que, según algunas encuestas, el señor Bush iba a perder las últimas elecciones norteamericanas y resultó ser el presidente más votado de toda la historia.
"Pero en el caso de Catalunya creo que muchísimos confundimos los deseos con la realidad y nos hemos hecho a nuestra medida un país imaginario, quizá incluso un país ideal, que guarda poca o ninguna relación con la realidad. Por ejemplo, el otro día cuando escuchaba a los consellers expresarse en un nítido castellano en una asamblea de vecinos del Carmel, o cuando un técnico preguntó ingenuamente si querían que hablase en catalán o en castellano a lo que una señora respondió: "En castellano, por supuesto", con la corroboración de los asistentes, pensé que realmente la clase política catalana y una inmensa mayoría de nuestros supuestos pensadores no se bajan ni del coche oficial ni de la alfombra voladora para coger el autobús.
"A mí esta situación me recuerda a aquella otra cuando el señor Pujol se declaraba socialdemócrata, nórdico eso sí, a lo que Pla con su habitual socarronería preguntaba: "¿Cuántos suecos hay en Catalunya?". Podríamos inquirir cuántos catalanes hay en Catalunya y recordar las palabras de Tarradellas desde el balcón de la Generalitat "Ciutadans i ciutadanes de Catalunya". (Manuel Trallero, ¿Una nación sin nacionales?)