Los nacionalistas jóvenes suelen tacharnos a quienes rechazamos su impostura (que no ideología) de “fachas”. A los nacionalistas más adultos les da vergüenza utilizar semejante digamos argumento, de modo que intentan elaborarlo un poco más. Y terminan llamándonos “nacionalistas españoles”.
Inútil discutir, para qué vamos a engañarnos. No es posible establecer una mínima comunicación seria frente a formulaciones que dejan tan patente la capacidad intelectual del interlocutor. Pero en todo caso la acusación contiene una verdad: hay nacionalistas españoles.
El nacionalismo español que todos los que hoy vivimos en España hemos conocido directa o indirectamente es el que forjó el franquismo para poner el pie su partido único, el Movimiento Nacional, y la consiguiente sociedad única que impuso durante décadas.
Tomando ideas de aquí y de allá, recogiendo principios del pensamiento europeo más reaccionario, tomando prestados fragmentos deshilvanados de las corrientes peninsulares más tradicionalistas y conservadoras, recurriendo a grupos como Falange y todos los que apoyaron al bando “nacional” durante la guerra, se conformó un seudopensamiento con el que justificar el régimen.
El nacionalismo del franquismo (el españolismo en su peor acepción), seguía las corrientes de la época y se fundamentaba en la idea étnica de nación, una concepción teórica propia del siglo XIX que sirvió para construir la retórica del régimen. Lo español, la raza, las esencias identitarias primigenias servían para justificarlo todo.
Después de cuatro décadas de franquismo, en el imaginario colectivo de una parte de la ciudadanía sigue fundida la idea de régimen antidemocrático y nacionalista a la idea de España, de nación española. De la misma manera que se asimila la bandera roja y amarilla a reaccionarismo de la peor especie.
Sucede sin embargo que Franco murió hace 30 años. Treinta. Y la España del 12 de octubre de 2005 no tiene absolutamente nada que ver con la del 20 de noviembre de 1975. Ni nuestro sistema político, ni las leyes por las que nos regimos, ni la clase política que gobierna el país, ni nuestra forma de vida. Nada es igual. De modo que resulta sospechosa la insistencia de algunos en seguir confundiendo la idea de nación española con la idea de reacción.
Hoy nada es igual que hace 30 años salvo… el nacionalismo. Mientras los nacionalistas españoles se han quedado reducidos a cuatro gatos mal contados que no representan ya a nadie y no tienen el menor peso en nuestra vida colectiva, los nacionalismos periféricos han renacido con fuerza sostenidos exactamente por los mismos principios que sustentaban al nacionalismo españolista del franquismo.
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Frente a los nacionalismos étnicos decimonónicos como el franquista, o el nacionalismo catalán, o el vasco, o el gallego, o el canario, o tutti quanti, ligados a la identidad de lo diferente, del territorio, de la lengua, en definitiva de la raza, quienes nos declaramos no nacionalistas hemos adaptado un patriotismo cívico que se fundamenta única y exclusivamente en las leyes. Nos da igual los metros que tenga una bandera. De hecho no es imprescindible bandera alguna. Pero reivindicamos los derechos y deberes en igualdad de condiciones y la ley decidida por todos y por encima de todos como fuente de legitimidad. A eso le llamamos Constitución. A eso le llamamos patriotismo.
¿Tiene eso que ver con el nacionalismo, sea españolismo franquista, vasco, catalán o gallego?
12 de octubre. Fiesta nacional. Lo llamamos Día de la Hispanidad. ¿Algún problema?