Años después de iniciado El Gran Lío, algunos parecen percatarse de que nuestro problema reside en la sobre ponderación de las minorías más misérrimas. Nunca es tarde si la dicha es buena.
De pronto algunos parecen reparar en un “nuevo” elemento a valorar en el debate sobre la organización del Estado: la ley electoral. El mareo producido por el anzuelo de la denominación nacional de las regiones ha producido estos curiosos efectos. Hay quien ha estado entretenido con el aperitivo mientras el plato principal pasaba discretamente a un segundo plano: no estamos ante una cuestión nominalista identitaria sino ante la lucha pura y dura, la más descarnada, por el reparto del poder. Y en esa lucha a menudo el nacionalismo es tan solo el banderín de enganche.
Y lo es porque en España lo más rentable desde el punto de vista electoral es declararse nacionalista, algo que con frecuencia no tiene nada que ver con la Historia y las señas de identidad (por eso se inventan ambas tan alegremente), sino con el conteo de la noche electoral. Elecciones generales de 2004:
CiU
829.046 votos
10 escaños
ERC
649.999 votos
8 escaños
PNV
417.154 votos
7 escaños
IU
1.269.532 votos
5 escaños
No hace falta argumentar mucho más. En España, con un sistema electoral basado en la ley d’Hondt corregida, con listas cerradas y bloqueadas, con circunscripciones provinciales y un sistema proporcional, las minorías más minoritarias están sobrevaloradas, protegidas y privilegiadas. Se aprecia de manera llamativa cuando consideramos el porcentaje de apoyo que representa cada una de ellas:
CiU
3.24%
ERC
2,54%
PNV
1,63%
IU
4,96%
Resulta llamativo que con un 1,63% de votos o con un 2,54%, un partido no solo tenga representación parlamentaria, sino que disponga de la llave para la gobernación general del país. Ninguna de estas formaciones llegue al 5% del voto, umbral que les dejaría fuera del Parlamento en muchos de los países fundacionales de la UE. Y encima quien obtiene más votos, Izquierda Unida, es quien tiene menos representación.
¿El motivo de insensatez tan vistosa? Que IU se presenta en todo el territorio nacional y los nacionalistas solo en su región. No es pues solamente que el sistema electoral no responda a la realidad del país. Es que parece un escarnio.
Con este procedimiento, los partidos mayoritarios están condenados a sacar mayorías absolutas (por cierto, ¿qué tienen de malo? No parece que a los británicos les vaya mal) en un sistema que no las favorece, o lo que es más habitual, a depender de formaciones de escasísima representación y cuya finalidad última es impedir la gobernación del Estado.
Es más, los partidos mayoritarios de ámbito nacional caen en las posiciones extremas de las minorías gracias al poder que a estas proporciona el sistema electoral. En el primer Parlamento tras la restauración de la democracia, en 1977, había 4 partidos de ámbito nacional (UCD, PSOE, PC y AP). Hoy apenas tenemos uno y medio, mientras la opinión pública sigue siendo partidaria de opciones nacionales de manera abrumadoramente mayoritaria. El sistema electoral ha radicalizado el Parlamento.
Y a los partidos. El PSOE no ha moderado a ERC. Por el contrario, un sector importante del socialismo se ha embarcado en la aventura secesionista de los republicanos.
Cualquier aspirante a demagogo balcánico sabe en la España de las autonomías que, para prosperar en política, el procedimiento más eficaz es montar un partido nacionalista, o regionalista, es decir, una formación que se dedique a lamentar lo mal que nos trata “Madrid”.
Nuestro sistema electoral, además de impedir el funcionamiento político y de tergiversar la voluntad general, obstaculiza la obtención de mayorías absolutas e impide lo que podría ser una solución: la existencia de partidos bisagra de ámbito nacional.
En 1989 el CDS, partido fundado por Adolfo Suárez y llamado a ser la bisagra entre izquierda y derecha, obtuvo 1.617.716 votos (7,8%) y 17 escaños. CiU ocupó 18 escaños con muchos menos votos, 1.032.254 (5%).
En las siguiente convocatoria, el CDS fue votado por 414.740 electores y el PNV recibió el apoyo de 291.448 votantes. La formación nacionalista vasca obtuvo 5 escaños. El CDS, ninguno.
Los resultados de aquel año reflejan perfectamente la ineficacia del sistema electoral que padecemos:
C. Canaria
290.000 votos
4 escaños
HB
206.000 votos
2 escaños
ERC
189.000 votos
1 escaño
PAR
144.000 votos
1 escaño
EA
129.000 votos
1 escaño
CDS
414.740 votos
0 escaños
Representación sobrevalorada de las minorías; infravaloración de las tendencias electorales mayoritarias, que se encuentran en las grandes ciudades (el nacionalismo se refugia en las ciudades pequeñas y en el campo); imposibilidad de aparición de partidos bisagra de ámbito nacional; castigo a las fuerzas políticas que se presentan en todo el territorio nacional si no obtienen el primero o el segundo puesto; radicalización progresiva de los partidos de ámbito nacional; son algunas de las consecuencias de nuestro sistema electoral.
Un sistema que garantiza a medio plazo la disolución del Estado.