Hablan de patrias pero en realidad no es asunto que les interese lo más mínimo. Mercadean con supuestas patrias. Hoy consideran innegociable el reconocimiento de su imaginaria nación. Mañana la cambian por dinero. Pasado, amenazan con derribar gobiernos si no reciben ración doble de privilegios. Es un nacionalismo de trapicheo que busca identidades en la almoneda de la Historia, donde los saldos abundan y también los trileros.
¿Alguien ha visto alguna vez que los ciudadanos de una nación, una de las reales, una nación sólida, arraigada en la memoria y la conciencia colectiva, estén dispuestos a cambiarla por dinero?
Los nacionalismos en España no son más que formas sofisticadas de camuflar privilegios, prácticas ventajistas basadas en el chantaje y el matonismo político, a veces también criminal. Por eso requieren del silencio y la mordaza y buscan la oscuridad. No son buenos los testigos cuando se cometen bajezas.
La censura, la persecución de la libre expresión y de la opinión son requisitos indispensables para culminar con éxito el saqueo. Solo imponiendo silencio pueden traicionar lo que predican y hacerse con el botín que les proporciona la venta de su inexistente patria.
Buscan silenciar las voces críticas porque temen ser descubiertos. Temen que quienes han creído en ellos les pillen con las manos en la masa.
La opresión les es consustancial. Son totalitarios porque solo desde la imposición se pueden inventar realidades que ni existen, ni interesan a los ciudadanos, ni tienen nada que ver con las necesidades de la sociedad, ni aportan nada a la convivencia.
El barniz progresista, democrático, deja paso al alma que tanto se esfuerzan en ocultar los nacionalismos: la turbia, sucia, arcaica realidad de su carácter opresivo, inquisitorial, perturbador de la razón y la convivencia.
Solo los corruptos, los que perdieron principios y valores y se acostumbraron a traicionar las palabras pronunciadas, se atreven hoy a compartir el viaje de los nacionalismos al viejo infierno totalitario que tan bien conocemos los europeos.
Un infierno en el que el individuo y sus derechos se sacrifican en nombre de una abstracta, falsa identidad colectiva que en otros tiempos llamamos raza y luego clase social. Hoy se llama lengua, plurinacionalidad, identidad nacional.