Los actuales dirigentes del PSOE han decidido cambiar de bando y, por primera vez desde el inicio de la transición, han decretado que el enemigo del sistema democrático que entre todos sostenemos no son los que quieren destruirlo sino quienes nos oponemos a ello.
Desde hace algunas semanas María San Gil viene repitiendo una frase que merece convertirse en lema de campaña frente a la ofensiva nacionalista:
“Zapatero, nosotros no somos el enemigo.”
La primera vez que María San Gil pronunció esa frase fue en el acto que el Foro Ermua organizó el pasado 18 de febrero en Bilbao para presentar su manifesto. Alrededor de la líder del PP vasco, varios miles de personas proclamaban su voluntad de seguir compartiendo un mismo destino. Ese es el “nosotros” al que se refería esta brava dirigente. El nosotros de quienes no queremos la erradicación de ningún derecho, sino la igualdad por encima de los territorios. El nosotros de quienes no queremos la persecución de ninguna lengua sino el derecho a usar la que en común tenemos. El nosotros de quienes defendemos el derecho a pensar libremente y a expresar nuestras ideas sin que ello suponga marginación, señalamiento, persecución o algo peor.
El mensaje de María San Gil a Rodríguez Zapatero caerá en saco roto porque a estas alturas ya sabemos que el presidente del Gobierno es un irresponsable, políticamente inmaduro, que se cree un redentor y no trae en las alforjas más que la agresión, la división y el enfrentamiento.
Tampoco llegará a los cargos electos de un partido que valora la disciplina por encima de los principios y las ideas. De los dirigentes del mismo partido que se tragó los GAL porque el líder es dios y las siglas, la auténtica patria, no se puede esperar más que la obediencia ciega a la hora de la verdad.
En cuanto a los cargos socialistas que se rasgan las vestiduras, escriben furiosas diatribas contra su secretario general en ABC, se llenan la boca con la palabra España, ejercen de patriotas de guardia las 24 horas o arremeten contra Carod, Ibarretxe o Maragall…, en fin, mejor no hablar de cosas que proporcionan ya tan menguada esperanza.
Pero el PSOE no son solo sus extraviados dirigentes y esa pandilla de ignorantes oportunistas que se ha hecho con las riendas del partido, palmeros del radicalismo infantiloide de una izquierda enterrada por el muro de Berlín y Gorbachov. El Partido Socialista son miles de militantes honestos que creen en un proyecto y defienden unas ideas y unos principios hoy diluidos en el marasmo etnicista.
A esas personas, y no ya a Rodríguez Zapatero, hay que dirigirse para decirles que nosotros no somos el enemigo sino quienes van de la mano de sus líderes. La verborrea antipepera lógica (más o menos) en la contienda política partidaria no puede actuar como excusa para negar la realidad entre quienes no tenemos responsabilidades políticas.
Para los dirigentes de este PSOE extraviado, el mundo se explica en función de atacar al PP. No parece haber otro programa: todo, cualquier cosa, con tal de atizar a la derecha. Y el todo incluye terminar en manos de la reacción más ultramontana, en manos de los nacionalismos, en manos de grupúsculos neocarlistas, predemocráticos. En manos de los casposos de la Historia.
No hace mucho leí un artículo escrito desde la izquierda (lamento no recordar a su autor) en el que se comentaba el sarcasmo que el destino a jugado a sus partidarios. Recordaba el autor los años en que se manifestaba en la universidad contra Franco y por la democracia y despreciaba “a los del loden”, que nunca fueron capaces de ponerse delante de los grises. Y escribía que hoy “los del loden” se manifestan en defensa de la igualdad de todos los ciudadanos y reclaman libertad, unidad y justicia, mientras los antiguos antifranquistas hacen pactos con los sectores más reaccionarios y conservadores de la política española.
No estamos ante un asunto de izquierdas y derechas. Esta no es una cuestión ideológica, partidista. Por desgracia, hemos vuelto (nos han vuelto) a una situación prepolítica y desde luego predemocrática. Estamos ante un problema de derechos cívicos y libertades básicas. Es verdad, se trata de una transición, como quieren sus inductores, los nacionalistas y los líderes de la izquierda. Pero no es la transición que ellos creen, aunque como en la primera, estamos jugándonos las cosas más elementales: la igualdad de todos ante leyes que para ello deben ser comunes, o la justicia que consiste en que cada cual sea dueño de sus propios derechos de modo que estos no residan en la colectividad.
Por eso los tiempos que vivimos necesitan de todos y quienes desde la izquierda asisten a este proceso no pueden seguir amparándose en el paupérrimo argumento de la presencia de la derecha. Apelar a los supuestos ataques del PP contra el PSOE o a la presencia, al parecer insufrible, de algunos de sus líderes es una forma cómoda y también irresponsable de seguir siendo cómplices de la política liquidacionista de Rodríguez Zapatero.
En cuanto a la derecha, no vendría mal que en el PP asumieran su cuota de responsabilidad. La moderación de que hace gala Mariano Rajoy y la sensatez que transmiten personajes como la mencionada María San Gil se echa de menos en otros ámbitos de un partido que debería estar haciendo gestos de acercamiento público y sincero a los sectores de la izquierda que carecen de coche oficial y no han olvidado sus principios.
La pelea partidaria no puede seguir ocultando que el verdadero problema es otro y que para resolverlo, la única solución es caminar durante algún tiempo de la mano. Lo hicimos en el pasado y el resultado fue excelente.
(Un lector cualificado, Jjaro, tiene la amabilidad de iluminar mi lamentable memoria: el autor del artículo mencionado es Javier Orrico y se titula La izquierda patética. Gracias a Jjaro y mis excusas a Orrico, del que recomiendo calurosamente su interesante blog y su obra La enseñanza destruida.)