Nos llevan a un nuevo Estado. Han impuesto su segunda transición. Al dinamitar el estado de las autonomías han abierto la Constitución. Se acabaron pues las medias tintas, los centrismos equívocos y la muy mal entendida moderación.
Lo que ayer aprobaron tan solo un 35% de los votantes catalanes afecta de manera decisiva y quién sabe si irreversible a toda España. Sin embargo solo se ha consultado a los habitantes censados en Cataluña. Con la frágil aprobación del estatuto catalán el panorama ha cambiado. Ayer se rompió la Constitución.
Desde anoche, y si se aplica el estatuto catalán aprobado ayer con resultado tan lamentable, España habría dejado de ser una nación. De momento, y hasta que no se aprueben el estatuto gallego y el vasco, habría aquí dos naciones: Cataluña y España. A pesar de ello el Gobierno sostiene todavía que no nos hallamos ante una reforma constitucional por la puerta de atrás. Es decir, fraudulenta, utilizando mecanismos ilegítimos, imponiendo la voluntad de una minoría sobre el interés general y utilizando procedimientos en absoluto democráticos, que no otra cosa es reformar la Constitución a través de la reforma estatutaria. Sin olvidar lo que ha sucedido en esta campaña.
El estatuto catalán ya aprobado supone un cambio absoluto del modelo constitucional en vigor hasta ayer. Y nadie nos ha consultado al respecto. En consecuencia los discrepantes tenemos derecho a considerarlo ilegítimo mientras el cambio colado por socialistas y nacionalistas no se someta a referéndum en toda España.
La oposición a este proyecto de modificación del Estado no aprobado por la sociedad catalana, mucho menos por la del resto de España, no pasa por un cambio del partido en el gobierno en las próximas elecciones generales. Eso ya no basta, ni garantiza que el camino recorrido en estos dos últimos años se vaya a desandar.
El estado de las autonomías ya no existe y para alejarnos del abismo en el que nos ha situado la política de la izquierda y los nacionalistas solo resultará válido un proyecto claro y transparente de reforma constitucional sometida a referéndum según marca la ley. Desde anoche la Constitución está abierta de arriba abajo. A partir de este momento es lícito reclamar una reforma constitucional en la que todo quede cuestionado, absolutamente todo.
Esa reforma constitucional debe pasar necesariamente por un análisis del resultado que ha ofrecido hasta la fecha el sistema de organización territorial que se implantó durante un proceso de transición en la que es cierto que sus protagonistas fueron presas del pánico. Pero no del pánico que pregonan la izquierda y los nacionalistas.
El miedo de los padres de la Constitución no era ante los supuestos poderes fácticos. El único poder fáctico que sobrevivió al franquismo fue el nacionalismo terrorista de ETA, que de manera muy significativa vivió durante la transición sus años más criminales.
El miedo de los protagonistas de la transición se refería a sus propios demonios familiares, a la mala conciencia de la derecha y a la necesidad de la izquierda de aumentar sus apoyos. Ambos, en un proceso de ingenuidad colectiva digno de un diagnóstico psiquiátrico, decidieron que ceder ante unos nacionalistas que no representaba a nadie y que nada habían hecho en el pasado por acabar con el franquismo, era lo que más convenía a la nación y a sus ciudadanos.
Pues bien, ya conocemos el resultado. Se han inventado naciones, han lavado el cerebro de generaciones de españoles con historias imaginarias y han convertido la disputa por el poder entre clanes en un asunto identitario. Y una ciudadanía amamantada en planes educativos cien veces peores que los del franquismo ha consentido en cambiar su libertad de pensamiento y opinión por una pantalla de plasma con la que ver el mundial.
Llegó la hora. No se trata ya tanto de un cambio de gobierno como de que nosotros, los disidentes, los que no tragamos toda esta pocilga identitaria, los que no estamos dispuestos a pasar por textos ya legales como el estatuto catalán, los que anoche nos convertimos en desobedientes civiles, los que a partir de hoy vamos a empezar a practicar la resistencia ciudadana negándonos a cumplir sus leyes étnicas, los que no nos vamos a rendir, nos llamen como nos llamen, nos destierren donde nos destierren, ha llegado la hora de que todos nosotros también intervengamos en el cambio que nos están imponiendo.
Ha llegado la hora de que nosotros, que somos mayoría, absoluta mayoría en todas partes, también en las zonas dominadas por el nacionalismo, cuestionemos el modelo de estado de arriba abajo.
Anoche cambiaron muchas cosas. Con unos resultados que cuestionan la legitimidad del estatuto, se aprobó un texto que no vamos a aceptar porque cambia las reglas del juego sin nuestro consentimiento. Queremos votar una nueva constitución. Queremos refundar este país partiendo de la experiencia de estos 30 años. Y queremos hacerlo respetando nuestra Historia y las aspiraciones legítimas y mayoritarias de todos los ciudadanos. También de los que se sienten nacionalistas. Pero atención: respetando solo las aspiraciones legítimas y mayoritarias, no las invenciones, ni los asesinatos, ni los victimismos, ni las amenazas, ni los chantajes parlamentarios.
Ha llegado la hora. Hay que refundar la España constitucional.