Hubo un tiempo en que los dirigentes socialistas, la inmensa mayoría, eran como los Múgica, esa familia castigada por el franquismo y por el terrorismo y con un coraje cívico digno del agradecimiento de toda la nación.
Hubo un tiempo en que quienes no hacen de la ideología un dogma, podían ir de la mano de aquellos socialistas.
Hubo un tiempo en que proclamarse socialista no te provocaba en el estómago esa náusea.
Porque una vez, y no hace tantos años de ello, los líderes del PSOE podían ir de la mano del los populares en asuntos que a todos no incumben.
Una vez los dirigentes del Partido Socialista compartieron las ideas de la inmensa mayoría porque veían más allá de las siglas.
Una vez los líderes del PSOE se dedicaron a gobernar para quienes no les habían votado, tanto como para sus partidarios.
Nada tienen que ver hoy los dirigentes socialistas con aquellos otros, como los Múgica, que forjaron algo tan valioso (y hoy tan vilipendiado) como la transición.
Nada que ver estos socialistas de hoy con quienes, de la mano de los disidentes internos del franquismo, fueron capaces de refundar este país en los años 70 para que la democracia retornase.
Hoy los socialistas persiguen a quienes consideran, no ya rivales sino enemigos, tal es el encono que emplean. Y en ese capítulo incluyen alegremente a quienes ocupan los escaños de enfrente, pero también a los suyos. Incluyen a los que disentimos y también a las víctimas.
Esta es una historia triste. Solo desde la inconsciencia se puede observar con satisfacción la deriva de un Partido Socialista que camina hacia inconscientemente hacia la radicalidad.