La aparición de Albert Rivera anoche en el programa informativo más repulsivo, tendencioso y etnicista de la televisión regional catalana solo sirvió para constatar un hecho: es casi imposible para algunos librarse del síndrome de Estocolmo. En el caso que nos ocupa, imposible del todo.
Hemos asistido a la típica operación de destrucción personal de un político comandada por El Periódico, órgano cada vez más oficial de los socialistas catalanes, y TV3 (más de lo mismo) con la inestimable colaboración del PP de Cataluña. La acusación, el pecado cometido según estos digamos medios de comunicación por el líder de Ciudadanos consiste en haber sido militante del Partido Popular de Piqué y de la deslenguada Nebrera, partido que ha sido el encargado de filtrar documentos y datos. Que se sepa, no existe ningún delito tipificado al respecto en nuestra legislación. Por lo tanto, la llamada de Rivera a TV3 para aparecer en el infecto informativo estaba de más.
Aceptemos sin embargo que tal vez estemos equivocados y que Rivera había de salir en la tele para hablar del asunto. ¿Cuál hubiera sido la respuesta adecuada ante la campaña de señalamiento organizada por el etnicismo socialista? En lo que a mi concierne, hubiera agradecido una frase del tipo: “Sí, estuve en el PP. ¿Qué pasa?”, para a continuación levantarse y abandonar el plató.
La respuesta de Albert Rivera consistió en cambio en pedir perdón. Primero trató de argumentar que una cosa es ser militante de Nuevas Generaciones y otra simpatizante. Añadió que como no había pagado sus cuotas, no se podía considerar afiliado. Y dijo que rellenó el impreso de afiliación al PP solo para poder estar al corriente de sus actividades y para conocer los planteamientos de ese partido. Según reconoció, su vinculación con NN GG del PP se prolongó desde 2002 a 2006, cuando Ciudadanos era ya algo más que un proyecto (el manifiesto que dio origen a ciudadanos apareció en mayo de 2005). El pasado mes de junio Albert Rivera solicitó al PP la anulación de sus datos personales.
Prefiero no hacer comentarios.
Lo grave sin embargo no es el intento de justificación de un comportamiento que, por otra parte, no tiene nada de reprochable. Tampoco es lo peor (aunque el espectáculo resultara tan duro como triste) la genuflexión ante la portavoz de la xenofobia mediática. Lo más grave de todo esto es que Rivera ha ocultado su pasado político.
Vayan por delante mis excusas y mi inmediata rectificación si estoy desinformado, pero hasta la fecha no había leído, ni escuchado, ni visto en lugar alguno que el dirigente de Ciudadanos hubiera militado en el PP. Y eso, en política, se llama ocultación. También se llama mentir.
No supone indignidad de ningún género haber pertenecido a un partido democrático. Pero en un político que se presenta como alternativa al politiqueo de las formaciones tradicionales, resulta cuando menos sospechoso. La mujer del César...
Rivera debería plantearse la dimisión.