¿Y ahora precisamente nos tenemos que callar, Jon? ¿Ahora que, gracias al follón que llega de la calle, Blancanieves empieza a moverse?
En alguna ocasión se ha señalado en este mismo sitio que Jon Juaristi es uno de los pocos intelectuales en el mejor sentido de la palabra que quedan en España. Por ello prestamos especial atención a sus reflexiones. La última, aparecida ayer mismo en la prensa, constituye una señal de alarma en toda regla:
“Quizá sea el momento de ir pensando en desmovilizar al personal y dejar la calle para el que se la pasee, porque estamos llegando a niveles de alarma. Las cosas pueden empeorar mucho más si no se alcanza un acuerdo técnico sobre el uso del espacio público. Es imposible ignorar que ya se ha rebasado la discrepancia y que hemos entrado en una fase de abierto antagonismo.”
Cuando se inició la presente legislatura no fueron necesarias demasiadas semanas para que percibiéramos con claridad lo que se nos venía encima: la neutralización del estado constitucional tal como lo conocíamos por el procedimiento de reformar la periferia del sistema, el gobierno de las minorías que se imponen a la voluntad general, la ruptura de la unidad nacional apoyada en esas mismas minorías y sin pasar por las urnas.
No es que en la España de 2004 aparecieran cien mil profetas por generación espontánea sino que a esta presidencia y a este liderazgo socialista se le veía venir con claridad meridiana.
Lo único que quedaba por saber en el verano de 2004 era hasta dónde estaba dispuesto a llegar el Ejecutivo en su política de mano tendida a los grupitos a su izquierda, incluida ETA-Batasuna. Lo único que no sabíamos era si el precio que pagaría incluía las reivindicaciones tradicionales de sus nuevos socios (autodeterminaciones varias, alteración de los actuales mapas provinciales, etc.).
Desde aquellas fechas hasta hoy han pasado seis grandes manifestaciones. Las cinco primeras fueron convocadas para protestar por el camino emprendido por el Gobierno socialista. Así, la política de Rodríguez camino de su Damasco radical y nacionalista ha ido jalonando las cinco convocatorias. La AVT fue llamando a la sociedad española cada vez que Moncloa entregaba, vía política antiterrorista, una pieza del tablero que esta nación construyó colectivamente en 1977.
La calle no ha frenado la deriva presidencial. El socialismo español actual sigue sin caerse del caballo. Pero la calle, con las cinco grandes manifestaciones que precedieron a la del sábado pasado, ha mantenido alerta a aquella parte de la sociedad española que ha decidido permanecer en vigilia.
La calle ha condicionado la evolución de la opinión pública (y de la publicada) durante estos casi tres años, algo que no sucedía desde la transición. Y ha obligado al Partido Popular a permanecer en estado de alerta permanente y a controlar su sempiterna tentación de pastelear.
La calle ha revitalizado hasta extremos desconocidos en nuestro país la estructura asociativa y participativa. Nunca habíamos tenido tantas plataformas, entidades, grupos y asociaciones de todo tipo dedicadas a la intervención política de la ciudadanía. Nunca había estado la red tan viva.
La calle ha provocado incluso la creación de un nuevo partido que ha alcanzado representación, algo impensable a estas alturas en nuestras latitudes.
La consecuencia de todo ello no puede olvidarse: gracias a la calle, la deriva del Gobierno socialista no ha ido a más. Si no hubieran existido, entre otras cosas, esas cinco grandes manifestaciones que señalaban hacia Moncloa, y si la presión de la opinión pública sobre la oposición hubiera sido menor, tal vez en estos momentos el panorama sería muy distinto. Mikel Azurmendi, otra de las escasas mentes lúcidas que nos van quedando, enumera con mayor precisión los elementos que han amortiguado el descalabro de nuestra enajenada vida política:
"La consistencia de importantes segmentos del Poder Judicial, la resistencia del PP, el arrojo de las víctimas y la insobornabilidad democrática de muchos creadores de opinión han impedido que el Estado sea entregado a ETA." Mikel Azuermendi, El gobierno de Zapatero ha fracasado.
Si no hubiera sido por la calle, ¿se hubiera reconducido (al menos de manera ligera) el estatuto catalán en las Cortes? ¿Habría caído el primer tripartito? ¿Se estaría hablando en los términos actuales con ETA-Batasuna o las negociaciones estarían en otra fase?
Frente a este panorama, hoy alguien de tan riguroso criterio como Jon Juaristi nos propone abandonar la calle:
“Dejemos la calle en paz antes de que sea demasiado tarde. Está claro que no podrá haber sutura alguna para este desgarrón civil mientras Rodríguez siga al frente, pero impidamos la hemorragia mediante los apósitos que tenemos todavía a mano. Uno de ellos, el principal, sería la restricción voluntaria y pactada del recurso al derecho de manifestación.” Jon Juaristi, Calles.
Sucede, Jon, que precisamente ahora vivimos el momento más crítico de la legislatura. Ya sabemos que Rodríguez no caerá de su irresponsable caballo y que la única solución pasa por mandarle a él, a su caballo y a la peña de palmeros que le acompañan a casa para siempre. No hay más solución que el reconocimiento público del fracaso de su proyecto, algo sin lo cual no quedaremos vacunados. Llegados a los extremos a los que hemos llegado, necesitamos un exorcismo. Y ese exorcismo, ese reconocimiento público, se expresa en las urnas.
La sociedad española está empezando a reaccionar. Mientras los opinadores oficiales y eso que llaman “tertulianos” hablan de crisis nacional y de situación muy grave, se empiezan a percibir síntomas de reacción. Blancanieves da signos de vida en la cama. Se diría que empieza a moverse. Acaso el sueño toca a su fin.
La reflexión de Jon Juaristi es preocupante porque señala riesgos ciertos y pone de manifiesto una situación potencialmente peligrosa que en este país, por desgracia, conocemos muy bien. Pero para que pudiera aplicarse el remedio, el abandono de la calle, tiene que pasar una cosa, una sola: que desaparezca el motivo que nos lleva a la calle. Porque estamos en ella por un mero asunto de defensa personal. Y mientras no dejen de agredirnos, seguiremos defendiéndonos.