“La banda ha sido tratada como si fuese otro Estado. Y éste era precisamente el único fin de los terroristas. La organización terrorista ha impuesto los fundamentos de la negociación, es decir, ha legitimado su violencia.”
No soy juez, ni abogado, ni fiscal. No tengo idea de leyes, ni reglamentos jurídicos. Y el mundo en el que vivimos parece dividirse en dos grupos. Están por un lado los que conocen esos asuntos, los entendidos en leyes, y estamos al otro lado todos los demás, la inmensa, abrumadora mayoría.
Los que conocen el funcionamiento de las leyes entienden que a un asesino en serie que va por la vida de nacionalista irredento se le ponga de patitas en la calle porque no hay para tanto. O porque lo dice la ley. O por lo que sea. En cambio, los que no tenemos idea de juicios y sentencias estamos en absoluto desacuerdo.
En España, desde que vivimos en democracia, siempre hay en la cárcel un nacionalista empapado en sangre y reclamando supuestos derechos. Pues bien, a lo mejor, según nuestras leyes, no había más remedio que soltar al nacionalista de turno. Pero si es así, las leyes, estas leyes que se están aplicando, me dan igual. No me sirven. Son leyes hechas para ellos, no para nosotros.
A lo mejor no es incongruencia, o algo peor, lo que han estado haciendo los fiscales desde hace casi tres años. A lo mejor su comportamiento es incluso legal. Pero si es así, el papel de los fiscales en nuestro país consiste en proteger a los nacionalistas de turno, empapados en sangre, frente a nosotros, frente a sus víctimas, frente a la inmensa mayoría.
A lo mejor todo esto se está haciendo para evitar nuevas muertes y atentados, para atar a la mesa de diálogo a los nacionalistas empapados en sangre que no están en la cárcel y que podrían seguir matando. Pero si es así, la política que aplica el Gobierno de nuestro país no es una política que defienda y proteja a los ciudadanos, porque los nacionalistas ya han vuelto a matar, sino que está destinada a lavarle la cara al currículo de todos los que matan.
En la habitación del 12 de Octubre había dos personas. Una de ellas nos ha estado diciendo desde hace un par de años que todo lo que hace, lo hace con el fin de que la otra persona abandone la violencia, eche el cierre a su sanguinario comercio, abandone la banda y se integre en el sistema democrático. Se nos había olvidado que quien nos hacía esa promesa es, según ha confesado en alguna ocasión, “un hombre de izquierdas”. De esa izquierda cavernaria que considera que el fin justifica los medios. Acabamos de comprobar hasta qué punto.
Mikel Azurmendi escribía a principios de año:
“El proceso de diálogo del Gobierno con ETA ha puesto en evidencia que la banda ha sido tratada como si fuese otro Estado. Y éste era precisamente el único fin de los terroristas. La organización terrorista ha impuesto los fundamentos de la negociación, es decir, ha legitimado su violencia.” (M. Azurmendi, El Gobierno de Zapatero ha fracasado)
Los dos inquilinos de la habitación del 12 de Octubre han llegado a un acuerdo. Ya pueden abandonar el hospital. Han sellado su pacto de sangre. El uno, Ignacio de Juana, con la sangre de sus víctimas. El otro, José Luis Rodríguez, también.