"La Monarquía no es un régimen político como algunos exaltados pretenden ahora decir, sino una forma para la ordenación del Estado que pertenece exclusivamente a la cultura europea."
Cuanto más pregona el gobierno Rodríguez que los incendiarios del sistema son minorías residuales, más exaltados se suman a la quema. El cortejo de encapuchados se asemeja cada día más a los luditas destructores de máquinas del siglo XIX, o a los campesinos de épocas enteriores, que se rebelaban en los años de malas cosechas. Es la misma reacción violenta, sin más contenido que el grito y el fuego, la ignorancia y la ausencia de alternativa.
Incapaz de presentar una oferta creíble que sustituya ventajosamente aquello que denuncia y quema, el nacionalismo adquiere cada día tintes más antisistema que le alejan definitivamente de la mayoría ciudadana. Se alimentan unos a otros sin romper el estrecho círculo de los de siempre. Se animan entre ellos y creen percibir como inminente el día del juicio final, esto es, el momento de una independencia en la que no creen más que los cuatro gatos que aplauden sus excesos.
En sus medios de comunicación no dejan de lamentar su privilegiada situación, a la que tachan de “colonial”. Confunden sus deseos con la realidad porque creen que con ello pueden convencer a la mayoría. Y cuando logran traspasar las fronteras nacionales y consiguen asomar la patita por debajo de alguna puerta (pongamos que hablo de Frankfurt), reciben el mismo mensaje que aquí: el nacionalismo es residual, provinciano, aldeano y totalitario.
Estos días redoblan sus ataques a los símbolos del Estado. Su actuación solo se entiende desde la más profunda de las ignorancias: están quemando aquello que ignoran (volvemos a la era preindustrial). En este sentido, tal día como hoy, fiesta nacional de España, no está de más recurrir a las explicaciones de los especialistas, que aclaran tantas cosas sobre el significado de los símbolos. Luis Suárez Fernández:
"En medio de la polémica desatada parece oportuno hacer algunas puntualizaciones. La Monarquía no es un régimen político como algunos exaltados pretenden ahora decir, sino una forma para la ordenación del Estado que pertenece exclusivamente a la cultura europea.
"Algunas veces, por asimilación, consideramos reyes a los que forman cabeza en otras culturas pero de ninguna manera se trata de monarcas. Nunca se transplantó esta forma a otros países, si exceptuamos los dos ejemplos subsistentes en el Dominium británico. Consiste esencialmente en una separación entre las funciones representativas y arbitrales que se colocan en la cúspide del Estado y el ejercicio práctico de las funciones administrativas y de gobierno que se ejercen de acuerdo con el derecho consuetudinario de cada territorio incluido en la Corona.
"Cuando en Europa se hizo la sustitución de la Monarquía esta separación fue considerada imprescindible de tal manera que la Jefatura del Estado es asumida, con autoridad y sin poder, por un Presidente, que releva al Rey.
"España ha sido el país que más ha avanzado en esta maduración de la Monarquía y por ello ha conseguido una base más sólida para el ejercicio de las libertades. No es casual que aquí naciera el derecho de gentes, ni tampoco que no se implantara en América un sistema colonial sino de virreinatos y gobernaciones amparados por las Leyes de Indias.
"El proceso de maduración desde el patrimonio heredado de Roma y de los reinos germánicos alcanzó su punto culminante a mediados del siglo XIV, cuando los derechos fundamentales, que coincidían con los que la Iglesia declaraba «naturales» por este mismo tiempo, fueron recogidos documentalmente en dos Ordenamientos, el de Casa y Corte de Pedro IV de Aragón (1340) y el de Alcalá de Alfonso XI (1348).
"Acudiendo al pensamiento de Jovellanos, representante esencial de la Ilustración cristiana española, podemos calificar a dichas disposiciones como constitucionales. En consecuencia, y siguiéndolas al pie de la letrera, las Leyes de Toledo de 1480 aplicables a toda la gran Monarquía unitaria de los Reyes Católicas, equivalen a una Constitución.
"Revisadas y modificadas, de acuerdo con las necesidades del tiempo, tales leyes constituyen un patrimonio que ya despertaba la admiración de Hugho Grocio. Naturalmente no se puede gobernar lo mismo en 1480 que en 1780. Pero los elogios que despierta Carlos III aparecen ante nosotros como una muestra de la eficacia que dicho patrimonio había llegado a conseguir.
"Los efectos de la Revolución francesa operaron negativamente provocando una división entre los españoles que generó una larga serie de guerras civiles durante las cuales se demostró precisamente la eficacia de la Monarquía, cuando renunciaba a personalismos y aceptaba, con ayuda de gobiernos moderados, ese liberalismo jurídico y económico que permitía superar las dificultades. En cambio los ensayos republicanos constituyeron un fracaso, amenazando incluso a la estructura interna de la nación. Y las dos Restauraciones, en cambio, se apuntan éxitos que no es nada difícil comprobar.
"Las divisiones, cuando son profundas y prolongadas, son sumamente difíciles de superar. Pero este fue el empeño que pusieron, primero Don Juan de Borbón, y luego su hijo y su nieto, partiendo de la injusta deposición de Alfonso XIII a quien tantos servicios debía Europa especialmente durante la Primera Guerra Mundial.
"Sin duda Don Juan no consiguió rematar el objetivo ciñendo la Corona pero es indudable que logró la mayor parte en el empeño: preservar esa legitimidad histórica que asocia la Monarquía a un respeto de la soberanía nacional y de la plataforma de libertades que constituye su base. Recuerdo muy bien -permitan que lo repita una vez más- aquella fecha clave del 22 de julio de 1969 cuando Don Juan Carlos culminó el proceso siendo recibido y jurado por el Reino, mediante las Cortes, sometiéndose de hecho a la soberanía nacional.
"Nunca, como en las dos Restauraciones se había hecho el tránsito de un Régimen a otro con la paz y el equilibrio que permitía borrar los odios. Pues la Monarquía se sitúa por encima de las discordias políticas precisamente porque significa y representa la unidad en la pluralidad.
"Hay ahora un movimiento fuerte, aunque minoritario -cuando los pocos gritan con suficiente fuerza anulan la voz de la mayoría- que pretende privarnos de ese patrimonio que constituye la legitimidad histórica de la nación española. No cabe duda. Se trata precisamente de destruir esa nación, causando daño a Europa en este momento de tanta importancia para el logro de la convivencia en la unidad. Los partidos políticos yerran: aun mostrándose en apoyo de la Monarquía no quieren perder la oportunidad de utilizar el debate como un medio para la afirmación de su propia influencia en la escalada hacia el poder.
"Pero repitamos: la función de la Monarquía no está en el ejercicio de ese poder, que debe acomodarse a las estructuras jurídicas fundamentales que emanan de la propia soberanía nacional como ya advirtiera Alfonso X en las Partidas. Todo estriba en el mantenimiento y conservación de la unidad, con sus valores éticos esenciales. Desde la Corona, fiel a su patrimonio, se envía un mensaje a los españoles: deben amarse unos a otros, aunque disientan de la solución que debe darse a los problemas.
"Momento especialmente delicado. El Rey no puede tomar partido ni siquiera cuando es su imagen la que se colma de injurias y amenazas. Pero sí está haciendo un llamamiento al corazón de todos y cada uno de los españoles. El peligro que acecha a la nación española es verdaderamente serio. Se está sembrando odio. Y de él sólo pueden originarse males sin mezcla de bien alguno.
"Desde aquí pretendo hacer un llamamiento en favor de la Corona, es decir, de la legitimidad histórica de la nación española, antes de que sea demasiado tarde. Los arrepentimientos aprovechan muy poco." Luis Suárez Fernández, Monarquía, una forma de Estado. Publicado en ABC, 9.20.07.