"El trato que el sistema dispensa a las diferentes formaciones configura tres grupos bastante nítidos. En primer lugar, los beneficiados: PP y PSOE. En segundo lugar, los que reciben más o menos lo que proporcionalmente merecen: los nacionalistas. Y, en tercer lugar, los grandes perjudicados: IU, UPyD y cualquier formación menor de ámbito español."
"La representación parlamentaria que el sistema arroja es sin duda injusta, pero la tesis de que los nacionalismos resultan beneficiados es empíricamente falsa. Para defender tal apreciación se recurre siempre a una comprobación parcial y torticera: se compara a los nacionalismos con IU o UPyD, nunca con PP o PSOE.
"Pero es de justicia ofrecer el cuadro completo, no los trazos que nos interesan. Algunas formaciones nacionalistas menores (NaBai, por ejemplo) sí que se hallan sobrerrepresentadas, pero en líneas generales los nacionalismos, tomados en su conjunto, reciben un número de escaños adecuado a su tamaño.
"El problema es otro, y todo seguirá igual mientras no acabemos de entenderlo. El problema radica más bien en los partidos no estatales y en su preponderancia en régimen de duopolio. La imagen pertinente no debería ser la de un chantaje inmisericorde de los nacionalismos a las fuerzas nacionales, sino una bien diferente: mientras por un lado los nacionalistas reciben su cuota justa de escaños, por otro PP y PSOE aplastan cualesquiera alternativas de ámbito nacional, roban los escaños que les pertenecerían y se los reparten entre ellos.
"La sobrerrepresentación de PP y PSOE se construye a partir de la infrarrepresentación de IU y UPyD y de cualquier otra tentativa de ámbito español. En el terreno estatal, lento pero seguro, el bipartidismo se impone. Si algo han supuesto estas elecciones ha sido la confirmación de esa tendencia.
"Las consecuencias están a la vista. Primera: el pluralismo desaparece. Millones de españoles son forzados en la práctica a elegir entre un menú a dos, no hay más opciones. Por muy obvio que resulte que los españoles apostarían por un camino intermedio y una vía de centro, cualquier alternativa en ese sentido parece condenada al fracaso: el sistema electoral prácticamente la aborta antes de nacer. Segunda: la polarización y la crispación aumentan. Los dos partidos han de jugar al desgaste y la posibilidad de acuerdos se torna remota. Tercera: sólo es posible pactar con los nacionalistas.
"La dinámica es perversa: los dos grandes sólo pueden ganar si descalabran al rival. Si no consiguen la mayoría absoluta, tarea casi imposible, sólo el nacionalismo queda en pie para pactar. El país se consume en un enfrentamiento que roza lo cainita y que además siempre, salvo imprevistos poco frecuentes, va a tener idéntico resultado: polarización y dependencia del nacionalismo.
"Pero el problema de nuestro sistema representativo no son entonces los nacionalismos, que siempre van a estar ahí y que tienen por descontado todo el derecho a estarlo. El problema es que el resto de millones de ciudadanos de este país ni tenemos sólo dos voces ni nos merecemos estar condenados al eterno -e inducido- enfrentamiento entre ellas.
"El ideal de la representación proporcional no sólo lo comparte intuitivamente la inmensa mayoría de la ciudadanía, sino que además podría solucionar tanto las carencias relativas a los valores democráticos como los problemas relacionados con la perversa dinámica política a la que parece abocado el sistema.
"La proporcionalidad hoy y ahora garantizaría la justicia en la representación y promovería una mayor eficacia institucional. Pero quienes han de mover ficha al respecto son el PP y el PSOE, precisamente los más beneficiados por el actual estado de cosas. ¿Cómo rompemos este círculo vicioso?" Jorge Urdánoz Ganuza, El problema no son los nacionalismos.