Recuerdo que en la izquierda de los 70, Gramsci era como Hayek en la derecha de hoy, el padre nutridor de ideas y principios; el ejemplo ético de quienes alardeaban de no necesitar una ética inspirada en el ser humano, es decir, en la fe.
El Ser volvió a ser algo para el Gramsci del final. Cosas veredes, nazis, comunistas, fanáticos del ateísmo, totalitarios en la adoración de la fechoría pequeña del hombre. El héroe para todos los que creímos en hacer del mundo una tortilla maravillosa rompiendo huevos, huesos, cabezas, familias, sociedades y patrias, acabó su vida, con una mirada confiada en un «nuevo episodio».
En los tiempos en que Gramsci era una referencia política, ética e intelectual en la universidad española, algunos bobos, pedantes y orgullosos, creíamos que podríamos destruir el mundo en unos cuantos días y volver a construirlo en un plis plas, de manera que nos quedara infinitamente mejor.
El único requisito era que ambos procesos se hicieran olvidando de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Es decir, sustituyendo a Dios y también al hombre de la acción social, cultural, política, económica, etc., primero por la supuesta clase obrera, luego por el estado, y finalmente por el partido, que de eso se trataba en realidad. Cosas de la edad. Hay estupideces que solo se curan leyendo, digiriéndolo adecuadamente y cumpliendo años con voluntad de crecer.
El resultado final es más que satisfactorio. Y al final siempre encontrarás un Gramsci que te demostrará que todos los esfuerzos han valido la pena, y todos los sinsabores. Que el rechazo de los viejos compañeros de viaje no es más que polvo del camino, y la prueba de que andas por la vereda adecuada. Siempre encontrarás un Gramsci que, mirando hacia los más sectarios de los sectarios, nos sugerirá que incluso ellos merecen salir del estercolero de la Historia en el que siguen metidos.
Al final las cosas vuelven a ser maravillosamente sencillas. Basta con volver a colocar al partido, o al estado en su sitio. Basta con volver al humanismo cristiano, ese que el arzobispo de Oviedo, monseñor Carlos Osoro, definía con brillante concisión:
El verdadero humanismo es aquel que nos capacita para dar la vida por el otro, aunque el otro sea distinto.
Y hete aquí que el viejo Gramsci de la juventud, timonel de revoluciones que por fortuna jamás conocieron el triunfo total y hacedor de progres y ateos; el Gramsci que consideraba el materialismo dialéctico como un logro intelectual al servicio de la única clase social merecedora de no ser exterminada; el defensor de una ideología, y sobre todo de una práctica política, consistente en suprimir de la faz de la tierra a todo aquel que fuera distinto, que pensara distinto, que creyera en algo distinto; ese mismo Gramsci terminó pidiendo la imagen del Niño Jesús para besarla. Monseñor Luigi de Magistris fue responsable del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica:
Il mio conterraneo, Gramsci, aveva nella sua stanza l’immagine di Santa Teresa del Bambino Gesù. Durante la sua ultima malattia, le suore della clinica dove era ricoverato portavano ai malati l'immagine di Gesù Bambino da baciare. Non la portarono a Gramsci. Lui disse: "Perché non me l’avete portato?" Gli portarono allora l’immagine di Gesù Bambino e Gramsci la baciò. Gramsci è morto con i Sacramenti, è tornato alla fede della sua infanzia. La misericordia di Dio santamente ci 'perseguita'. Il Signore non si rassegna a perderci. (Gramsci si convertí)
Santa Teresita del Niño Jesús y Gramsci. Gracias, Señor, por guiñarnos el ojo en este día a los que entonces estábamos tan perdidos.
Dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.