"Sólo desde el siglo XV empleamos el término Europa; antes se prefería el de Cristiandad."
Mientras aguardamos con indisimulada impaciencia la versión española
de Perché dobbiamo dirci cristiani, de Marcello Pera (¿será Ciudadela
quien nos haga el favor?), hoy aparece un sugerente artículo
(inevitablemente iluminador tratándose de un texto del maestro Luis
Suárez) a propósito de la ¿perdida? identidad europea:
Sólo desde el siglo XV empleamos el término Europa; antes se prefería el de Cristiandad (...) En 1955 se decidió diseñar una bandera para Europa. El fondo azul de las doce estrellas había sido inspirado en el Apocalipsis, en esos versículos que la Iglesia ha atribuido siempre a la Virgen María. No se trataba de hacer una manifestación litúrgica sino de representar un orden de valores. La firma del Tratado de adhesión por parte de España, ejecutada por el primer gobierno socialista tuvo lugar en ese conocido salón de Roma, que preside la gigantesca estatua de Inocencio X.La bandera de Europa implica un compromiso con el patrimonio heredado. Ser europeo significa adherirse a un conjunto de valores y no, simplemente, asegurar un espacio. Porque este último debe y puede abarcar el universo mundo ayudando a los otros, a fin de cuentas prójimos, en la solución de sus necesidades. (La bandera de Europa)
En mi opinión, la visión pesimista acerca de nuestra identidad cultural responde más la preocupación ante determinados comportamientos de una parte del espectro político, que a una situación real y colectiva. Dudo de la supuesta rendición de los europeos. Cierto, cada vez tenemos más vecinos de escalera de otros orígenes, pero de ahí a que los ciudadanos europeos estemos dispuestos a cambiar la catedral por la jaima, media un inmenso trecho por el que nadie desea realmente circular.
Por otro lado, la mayoría de los que abandonaron la tienda para malvivir en un piso patera lo hicieron porque soñaban vivir nuestra vida, nuestra forma de ver el mundo, nuestra cultura, lo que antaño llamábamos civilización occidental y antes todavía, como Luis Suárez recuerda, Cristiandad. De acuerdo, llegaron buscando los aspectos materiales de nuestra civilización. Es lógico cuando el hambre aprieta. Pero la Historia se ha encargado de demostrar en reiteradas ocasiones que no se alcanza lo uno sin lograr lo otro.
Aunque una cosa son los ciudadanos y los recién llegados, y otra cosa lo que les sucede a determinados políticos europeos, a aquellos que integran las filas de los partidos de izquierdas y que, a la sazón, imponen el pensamiento políticamente correcto en todo el continente. Son ellos los que aparentan proponer la rendición y aparentan estar dispuestos a entregar honor, patria y hacienda, como decían nuestros clásicos, a cambio de cualquier cosa. Ellos los que aparentan considerarse explotadores coloniales todavía hoy, y responsables de las atrocidades que cometieron algunas naciones europeas hace siglos. Pero se trata solo de apariencia, de sucia y rastrera demagogia, de populismo. No creen realmente lo que dicen, tan solo lo aparentan. Nada hay más clasista que un socialista con adosado (¿revisitamos la paradigmática película de Coline Serreau, La crisis?).
La izquierda europea no está dispuesta a rendir la civilización occidental ante las bravuconadas de los terroristas del fundamentalismo. No entra en sus planes abrir la puerta a la barbarie, ni claudicar en la guerra global que estamos librando en todas partes contra la iniquidad. Tan solo lo aparenta porque aspira a hacerse con los votos de nuestros nuevos vecinos de escalera. Y convendría que la derecha afinara, que entendiera bien lo que están proponiendo sus oponentes, si quiere ser eficaz a la hora de desmontar sus falacias. Y a la hora de disputarle el voto inmigrante.
Por causa de este discurso aparente, la izquierda tilda a pensadores
como Marcello Pera de "teocon", y enarbola la bandera de tan mediocre
argumentación frente a las tesis defendidas por el político italiano.
Desde sus panfletos, la izquierda española se rasga las vestiduras y
titula con entusiasmo que el "teocon" está apoyado por "la derecha
radical española". Los argumentos de rigor aparecen de inmediato: amigo
del criminal Aznar, del inquisidor Papa Benedicto XVI. En fin, la
pobreza del argumentario habitual del progresismo:
Nacen los teocons en Italia. Marcello Pera es un buen amigo del primer ministro italianao, Silvio Berlusconi. La amistad de Pera con Aznar es manifiesta. El ex presidente del Gobierno español prologó un libro del político italiano, editado por la FAES. (el plural)
Tras el establecimiento del culpable universal, actividad esta a la izquierda se dedica full time, inmediatamente se suman al carro, mediante el sencillo procedimiendo del copia y pega, los islamistas, en esta ocasión los islamistas españoles patrocinados por el poder:
Marcello Pera, amigo de Aznar y apoyado por la derecha radical española. (webislam)
No creo en absoluto que la intención de la izquierda europea sea regresar a la barbarie, ni que sus dirigentes pretendan meternos a todos en la jaima. Pero una cosa son sus intenciones, que siempre ha presentado como estupendas, y otra las consecuencias de esas intenciones buenistas (que no buenas), cuyos horrores ha demostrado la Historia. Cuando la izquierda política, mediática y cultural guiña el ojo al bárbaro, no consigue lo que busca, su voto, sino que alienta lo que aquel persigue, nuestra claudicación.
La izquierda dice buscar la creación de sociedades laicas. Pretende para ello cambiar la catedral por el Partenón, en lugar de aceptar que somos la una y el otro al mismo tiempo y que ese es nuestro gran mérito y nuestra aportación a la historia de la civilización. Y lo que consigue al imponer ese cambio es propiciar la llegada de la jaima. La permanente claudicación cultural que practica la izquierda en Europa para hacerse la simpática ante los nuevos vecinos, su renuncia a la identidad europea, está abriendo las puertas exactamente a lo contrario, a los que quieren imponer estados regidos por dioses. Unos dioses de la barbarie que nos devuelven a los oscuros tiempos del alto medioevo.