El episodio de objeción de conciencia del gran duque de Luxemburgo recuerda mucho al del rey de los belgas, Balduino, que abdicó durante algunos días para no sancionar una ley similar. Alabamos decisiones tan coherentes y nos sumamos al aplauso. Pero.
El rey Balduino dimitó para no sancionar una ley que legalizaba el aborto en su país. Su gesto fue muy elogiado, y muchos han defendido su coherencia y el riesgo que asumió. Es cierto, a Balduino podían haberle puesto de patitas en la calle. se jugó el puesto. Y lo hizo en nombre de sus creencias, lo que añade más valor a su postura.
Esta es una forma de contar la historia. Creo que responde a la realidad. Pero hay otra. Y tampoco miente. Dice así.
Un jueves, Balduino abdicó para no sancionar la ley del aborto en su país. El viernes, una vez sancionada la ley por el consejo de regencia, volvía a ser rey.
El 4 de abril de 1990, después de que el gobierno le hubiera propuesto varias alternativas para tratar de combinar su objeción de conciencia con su cargo, el rey Balduino dejó el puesto. El acuerdo a que se había llegado consistía en que el gobierno de la nación se constituiría en regencia y, como tal, podría sancionar la ley del aborto. El rey aceptó. Por eso cuando otros, en nombre de la corona, hicieron lo que la corona no quería hacer, volvió al trono.
Se dice que a Balduino le costó mucho tomar su decisión y que demostró un gran valor político y una gran coherencia personal. No seré yo quien sugiera lo contrario. Pero entre las honestas intenciones de cada cual y sus actos posteriores caben diversas interpretaciones.
El duque de Luxemburgo no ha tenido que abdicar porque los tiempos han cambiado y ahora los partidos tienen menos problemas para mostrar su lado más indecente: se han limitado a decirle que le degradan y han seguido a lo suyo.
El duque Enrique ha hecho un acto de objeción de conciencia libre, lícito, respetable y digno de ser imitado. Como lo hizo Balduino. Pero en su país habrá eutanasia y él seguirá siendo jefe del Estado de Luxemburgo. De la misma manera que Balduino siguió siéndolo de Bélgica cuando en su país se empezó a abortar con el respaldo de las instituciones que él encarnaba.
En estos asuntos es muy difícil formarse una opinión ecuánime. Yo me declaro incapaz. No dudo de la lucha interior de estos dos hombres, que tanto podían perder, ni de su sentido de estado y de su alto sentido de responsabilidad. Debieron pasarlo muy mal mientras meditaban cuál era su decisión y con las presiones posteriores. Pero el hecho es que siguieron representando a sus estados una vez que estos encontraron el modo de hacer por ellos lo que ellos no quisieron hacer.
¿Y nuestro Rey? ¿Se comportaría, llegado el caso, como sus lejanos parientes del norte de Europa? Desde hace veintitrés años existe el aborto en España amparado por las instituciones. El Rey sancionó la Ley orgánica 9/1985.
Ahora se plantea su ampliación, convirtiéndola en la práctica en una ley de aborto libre. Pecaríamos seguramente de ingenuos si pensáramos que S.M. se negará a sancionar con su firma la norma. El Rey podría convertirse en la última esperanza política de quienes creemos que esa ley jamás debería ser aprobada, pero sus actuaciones precedentes han sido más que elocuentes. Nuestro Rey parece dispuesto a firmar lo que se le ponga por delante. Así ha sido hasta el momento. Hace ya tiempo que los principios en nuestro país fueron sustituidos por el interés particular.
A eso deben referirse el Rey y nuestra clase política casi al completo cuando hablan de un Estado no confesional. Algunos a eso mismo empezamos a llamarle estado basura.