En su análisis, el periódico señala las cuatro fuentes de conflicto otoñal que todos los medios han destacado ya: los presupuestos generales del Estado, la crisis económica, la siempre ausente sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto catalán y el aborto.
Olvida el periódico, aunque lo menciona brevemente la final del texto, un movimiento fundamental del gobierno de los socialistas en las últimas semanas: la ley de “libertad” religiosa, que va a provocar una nueva quiebra en las relaciones entre el Estado y el Vaticano, va a dividir otra vez a la sociedad y va a provocar una dura respuesta social.
En cuanto al aborto, El Mundo recurre, como es su costumbre, a los tópicos de cabecera del periodismo progre y coloca a los defensores del derecho a vivir en el habitual y socorrido cajón de sastre, tan apreciado por la prensa gubernamental, de los reaccionarios y los meapilas:
“Las posturas radicalmente enfrentadas con la aprobación del proyecto de los llamados grupos pro vida, la Iglesia y otros sectores conservadores de la sociedad apuntan a un duro enfrentamiento civil.”
Ninguna plataforma cívica se identifica en España con “los llamados grupos pro vida”, ni tiene nada que ver la estéril, anacrónica y vacua pugna izquierda-derecha con el exterminio de niños no nacidos, pero es norma no escrita del periodismo progre hacer tabla rasa del rigor y la excelencia profesional a la hora de informar.
El Mundo sigue padeciendo su secular problema de identidad: es un periódico que quiere ser referencia para la derecha pero está hecho por progres e izquierdistas. La pela es la pela. Y en tiempos conflictivos como los actuales, la incoherencia se nota más de lo habitual.