Absuelto en el juicio por los intentos de golpe de Estado en Asturias y Cataluña en 1934, Francisco Largo Caballero sale de la cárcel.
Largo Caballero (izquierda) con un Winchester, junto a Wenceslao Carrillo, padre de Santiago.
Una de las manifestaciones más repugnantes de la radicalización de la izquierda española en las últimas décadas es su pretensión de que todos terminemos pringados en la podredumbre moral con la que salpica sin cesar la convivencia y aun el ánimo de la ciudadanía. Una podredumbre que consiste en que todos pensemos con su simpleza y actuemos con su agresividad.
Extraviados sus referentes en la luminosa noche berlinesa del muro al fin destruido, la izquierda, muy especialmente la española, incapaz ya de ofrecer un discurso democrático y de progreso, se aferra al eslogan y a la provocación, a la división y el enfrentamiento, a la agitación y la bronca.
A menudo, en mayor o menor medida, todos nos vemos salpicados por el chapapote que destila esa izquierda perdida entre los cascotes de su ideología, que solo ha sido capaz de poner en pie la retórica de la agresión. Cínica maestra en la escuela del matonismo ético, considera que cualquiera que mueva un músculo más allá de sus filas es un enemigo de las libertades, un corrupto, un “facha”, o las tres cosas a la vez.
Sus apelaciones a la razón, que en otros tiempos le permitieron ganarse el favor de las élites, se han convertido en irracional emisión de ruido disfrazado de consigna. El lugar común triunfa donde antaño se apelaba a la razón. También las manifestaciones más lamentables de la ignorancia.
No hace falta rebuscar demasiado. En las últimas horas el basurero de la izquierda española se nos muestra rebosante de atrocidades y estupideces presentadas como propuestas políticas que ponen en evidencia la decrepitud de esa antaño ideología, hoy mera oficina de colocación de cargos públicos:
- La defensa de los descuentos abortistas en boca de una ministra.
- La sustitución de la lucha en pos de la justicia por la obsesión sexual.
- La institucionalización del adoctrinamiento y la restricción de libertades.
- La destrucción de los vínculos de convivencia.
Los representantes políticos y mediáticos de la izquierda lanzan estos días su chapapote sobre la sociedad española a través de consideraciones sobre el enjuiciamiento de Baltasar Garzón. Los dispensadores de patentes de demócrata ponen en duda los motivos legales que han llevado a este juez al banquillo de los acusados. Pero no lo hacen en base a argumentos o pruebas que demuestren la falsedad de los cargos, sino que recurren a consideraciones sobre el talante del acusador. Se trata de enjuiciar al denunciante para olvidar el delito.
Para la izquierda, defensora de la pureza democrática, que Falange forme parte de la causa, la invalida. No porque haya hechos que así lo prueben, sino porque Falange lleva el mismo nombre de un partido de los años 30, que desarrolló su actividad durante la república y el franquismo.
A los ojos de la izquierda, solo el PSOE y el PCE, partidos que compartieron con otra Falange vergonzosos episodios del pasado, son los únicos que merecen seguir actuando en la sociedad española.
Jamás me imaginé defendiendo los derechos de un grupo denominado Falange. Pero es el caso que este partido tiene exactamente los mismos derechos y la misma legitimidad que el resto de formaciones españolas.
La izquierda no quiere darle el placet a algunos grupos políticos y sociales. Y la lista de los vetados es cada vez más larga. La integran todos los que se niegan a aceptar el régimen que trata de imponer. Pero la pretensión de suprimir los derechos de Falange emparenta directamente a esta izquierda con lo que dice condenar: el totalitarismo.
No percibo atisbos de totalitarismo en esta Falange que acusa de prevaricador a Garzón. Pero abundan en el PSOE, en su gobierno y en todos los grupitos que lo apoyan.
Aunque lo peor, con ser grave, no es eso. Lo peor es el efecto chapapote, el intento de la izquierda política y mediática de que todos terminemos pensando la misma basura que propugnan. Su pretensión de que también nosotros nos convirtamos en inquisidores. Nos ofrecen una excusa de apariencia aseada:
- ¿Pero cómo vas a defender a una gente que se llama Falange? ¿No ves que te van a tomar por lo que no eres?
¿El delito? Para el chapapote moral de la izquierda no hay delito si quien denuncia no es de los nuestros.
Así justificaron en los años 30 del pasado siglo cada asesinato, cada “paseo”. Así justificaron el genocidio religioso, los críos fusilados en Paracuellos, las purgas, las checas.
Así apoyaron el pacto de Hitler con los comunistas. Y más tarde la entrada de los tanques soviéticos en Budapest, en Praga.
Así aplaudieron los millones de muertos en la URSS, en Camboya, en China, en Cuba. El mayor genocidio que una ideología ha causado a lo largo de la historia de la humanidad.
Quitarle a Falange su derecho a apelar ante los tribunales es convertirse en cómplice de cada una de esas muertes.