“La revisión histórica realizada por Aznar durante sus gobiernos reinventó retroactivamente una España esencialista guiada por designios divinos con Isabel La Católica como icono.”
Público reacciona siempre como el perro de Pavlov ante dos tipos de noticias: la corrupción en el PSOE o en el Gobierno y la crisis económica. Cada vez que algún cargo socialista aparece con las manos en la masa, o el día en que se dan a conocer las cifras del paro, Público, prietas sus pavlovianas nalgas, habitualmente bien engrasadas desde los PGE, “cuelga” a José María Aznar en primera.
El periódico de Roures, Emilio Aragón, José Miguel Contreras; el guay, moderno y progresista, plurinacional y relativo; el de Chacón y Zapatero; el de quienes, perdidos 40 años de oportunidades para aprender, siguen viendo el mundo a través del mismo cristal que usaban en los 70; ese periódico que no existiría sin la concesión de monopolios y subvenciones públicas, titulaba en su edición de este sábado, sección noticias de España, Aznar es el nuevo caudillo de la extrema derecha fascista. Y luego, en la sección de, digamos, “opinión”, Aznar, un mal español. El día de Rodiezmo y de las cifras del paro.
El primer texto, que alude a un portavoz palestino, venía precedido a primera hora de la mañana del siguiente anuncio con enlace:
“Comision Islamica Curso universitario a Distancia en Cultura Religión Islámicas (sic)”
El segundo, firmado por un soi-disant “profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid”, ofrecía esta descripción de la España de los primeros años de esta década:
“La revisión histórica realizada por Aznar durante sus gobiernos reinventó retroactivamente una España esencialista guiada por designios divinos (con Isabel La Católica como icono). Una armonía preestablecida de reyes íberos, romanos, visigodos y castellanos llevaba a las obligaciones actuales. Carente la derecha de propuestas económicas propias, la patria era un buen recurso.
Pese a los intentos de reinventar una España deudora de Cánovas –con el turnismo como máximo valor–, en los planteamientos de Aznar también aparece el franquismo (y la reivindicación carlista del fracaso hispano del liberalismo), así como su filiación juvenil joseantoniana, que pueden explicar los modos soberbios falangistas, la mala relación personal con el rey (más sintonizado con el ubicuo Felipe González) o la desconfianza ante los militares constitucionalistas.”
¿Pero qué dirá este hombre a sus alumnos de hechos acaecidos hace treinta o cuarenta años, si eso es lo que considera que pasó hace 6?
¿Será eso lo que les pasa? ¿Creen realmente que el pasado es tal como lo describen en sus periódicos y en los mitines de sus políticos?
Hasta ahora percibir como reales los hechos imaginarios era patrimonio de los nacionalismos españoles. Los etnicistas vascos muestran un férreo convencimiento de que Arana era un demócrata de toda la vida y están seguros no solo de que los “gudaris” existieron, sino que además defendieron su supuesta patria de una invasión española acaecida entre 1936 y 1939.
En cuanto a los nacionalistas catalanes, creen realmente que desalmados ciudadanos de todas partes les roban dinero a manos llenas directamente de sus bolsillos y están convencidos de que su imaginario país fue fundado por un godo del siglo IX que, por cierto, donde tiene la estatua es en la Plaza de Oriente de Madrid.
Con la llegada del zapaterismo, la confusión entre realidad y el deseo, o el wishful thinking, se extiende como chapapote también por la izquierda española que, tradicionalmente mediocre en sus formulaciones teóricas y en sus análisis, lo recibe con alborozo: es la manera más rápida de tapar el páramo ideológico en que ha caído tras el derrumbe del mito liberador del progresismo, hecho añicos por unos ciudadanos, los berlineses, que sí sabían distinguir entre lo que eran y lo que les decían que eran.