El recelo ante el idealista es directamente proporcional al tiempo que has estado en el siglo XX. “Se ha dicho que de todas las historias de la historia de España, la más triste es la de sus regeneracionistas”, recuerda hoy en un sugerente artículo García de Cortázar.
Los idealistas, los que enarbolan banderas desde lo alto de la cima, los que dicen saber qué ha de ser de los demás, me dan miedo. Entre el sueño y lo posible, me siento más cerca de otras perspectivas.
"Pedir lo imposible y retrasar lo inevitable". Creo que lo dijo Cambó. Consideraba que eso es ser conservador, que seguramente es la cosa más decente que se puede ser después de haber probado el sabor del infierno.
El recelo ante el idealista es directamente proporcional al tiempo que has pasado en el siglo XX. No ha habido período de la historia más poblado de supuestos salvadores. Millones de tumbas lo atestiguan en los cinco continentes. Así que quienes venimos de semejantes tiempos nos hemos ganado el derecho a recelar.
Nuestro país es parco en recelos y pródigo en desprecios. Aquí nos gusta abrazar al salvapatrias si es lo suficientemente bullanguero, pero menospreciamos al que hace de la excelencia un modo de vida. Y en nuestros días la única excelencia que parece ser respetada es la que hace gala de su inexistencia. Zapatero, sin ir más lejos. No se puede entender el personaje sin esa peculiar característica de nuestro comportamiento colectivo.
Demasiadas veces hemos condenado a la miseria a nuestros maestros y hemos marchado, miserable país de ciegos, tras los patanes. Y cuando alguien se ha dado cuenta y ha querido avisar al resto de que caminábamos hacia el precipicio tras el flautista de turno, le hemos apedreado. Aunque hoy García de Cortázar recuerde algunos casos en que el vocero de la razón se salvó de la quema.
Tomás Luis de Victoria murió entre la indiferencia de sus contemporáneos. Lejos de la anodina música de finales del XIX y principios del XX, que algunos se empeñan en calificar de tan española, cuando solo es previsible y fatalmente coyuntural, Victoria es, a mi modo de ver, el gran compositor nacional y el más español de cuantos hemos escuchado hasta la fecha (queda por descubrir en archivos y monasterios mucho más de lo que nos ha llegado).
Si Patrimonio Nacional sirviera para algo, en la zona museística de las Descalzas se debería escuchar permanentemente su música. Y las hermanas deberían animarse a utilizarla en la iglesia. El viejo capellán y maestro de coro del Real Convento merece un trato mejor del que está recibiendo de sus paisanos laicos y religiosos.
Vadam et circuibo civitatem
per vicos et plateas,
quaeram quem diligit anima mea:
quaesivi illum et non inveni.
Advjuro vos filiae Jerusalem,
si inveneritis dilectum meum,
ut annuntietis ei,
quia amore langueo.
Qualis est dilectus tuus,
quia sic adjurasti nos?
Dilectus meus candidus est rubicundus,
electus ex milibus:
Talis est dilectus meus,
et est amicus meus,
filiae Jerusalem.
Quo abiit dilectus tuus,
o pulcherrima mulierum?
Quo declinavit et quaeremus eum tecum?
Ascendit in palmam,
et apprehendit fructus ejus.
Me levantaré y rodearé la ciudad,
pasaré por calles y plazas,
buscaré al que ama mi alma.
Lo busqué y no lo hallé.
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
si hallarais a mi amado,
que le hagais saber
que de amor estoy enferma.
¿Qué es tu amado más que otro amado,
que así nos conjuras?
Mi amado es alto y rubio.
Señalado entre diez mil.
Tal es mi amado,
tal es mi amigo.
¡Oh doncellas de Jerusalén!
¿Dónde se ha ido tu amado,
la más hermosa de las mujeres?
Lo buscaremos contigo.
Subiré a la palma,
tomaré sus ramos.
(Cantar de los Cantares)