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En 2003, los dirigentes socialistas no sabían todavía que estaban a punto de convertir en instrumento electoral a casi 200 personas asesinadas en atentado terrorista. En aquella fecha, el PSOE estaba convencido de que sería derrotado en las elecciones generales a celebrar un año después. Y a falta todavía de cadáveres a los que utilizar y con los que corromper la convivencia, echaron mano de la nación. Hoy vuelven a hacer lo mismo.
Telón. El tinglado cada día menos creíble de la política nacional termina por un rato. Sevilla deja de ser el escenario nacional de la infamia. El dudoso honor de alojarlo regresa de nuevo a Madrid. A bordo del Ave, la cúpula del PP se frota las manos: cree haber vendido la burra y todos sus arreos, y regresa del mercado con la euforia del que ha hecho un buen negocio.
El proyecto Zapatero llama igualdad a perseguir y castigar con dureza a quien critique los planteamientos o las conductas públicas de grupos que el Estado considere minoritarios. Esa es la esencia de la recién anunciada Ley de Igualdad de Trato. Pero sucede que en algunos lugares de España, los españoles son considerados minoría.
Conectas la radio y los opinadores oficiales se rasgan las vestiduras. Sintonizas cualquiera de las innumerables y cansinas tertulias políticas de televisión y los periodistas mediáticos aúllan como hienas. Las columnas de opinión de los periódicos se mueven entre la viuda siciliana gritando junto al féretro y el anarquista de principios del XX preparando una bomba. Estos días la prensa española da más asco que nunca.
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Tengo dos juicios pendientes de sentencia. Uno de mis acusadores insinúa que los norteamericanos se merecían el 11-S. El otro me acusa de haber escrito que el sindicato CNT-FAI tiene un pasado terrorista. Y ahora El País sostiene que pertenezco a una secta peligrosa. Tengo que darles las más efusivas gracias a los tres. Me han hecho ver que no debo estar haciendo las cosas tan mal.
