Quien ayer aparecía en las tertulias de radios y televisiones como el más fino analista de la crisis económica, o como defensor a ultranza de las bondades de Zapatero, o como palmero irredento de Rajoy, hoy se eleva sobre el común de los mortales cual candidato al premio Nobel de Física. Nunca hubo en los medios de comunicación españoles tantos especialistas en maremotos o en energía nuclear.
Un poco después los mismos brillantes representantes de la casta mediática predecían lo que iba a acontecer en todos los países musulmanes. Todos conocían al dedillo la política interior de los tiranos de Alá. Todos han recorrido Egipto, Libia, Somalia, los países del Golfo. El Magreb, y el resto del mundo islámico no tiene secretos para ellos. Y ahora se nos aparecen como expertos sismólogos e infalibles analistas atómicos.
Lo curioso es que cinco minutos antes de la quiebra de Lehman Brothers ninguno de ellos fue capaz de predecir el desastre y cada vez que algún especialista de los de verdad mencionaba el término “burbuja inmobiliaria”, le tachaban de catastrofista.
Tampoco dijeron nada el día antes de que el tirano de Túnez fuera apeado del poder y los países musulmanes empezaran a arder.
A menudo los periodistas acusan a los partidos políticos de no haber hecho la transición. Y seguramente es cierto. Los partidos son organizaciones esencialmente autoritarias donde la democracia brilla por su ausencia. Pero somos especialistas en ver la paja en el ojo ajeno.
A nosotros ya no nos basta con una transición. Estamos demasiado corrompidos. Somos demasiado sensibles a la compra de voluntades. No hay más que ver las piruetas chaqueteras de editoriales y secciones de opinión, o las tertulias, ahora que se acerca un cambio de Gobierno.
A estas alturas lo que necesitamos es una refundación, tan extraviada está nuestra decencia profesional.