Los nacionalismos españoles, como los ciervos en la berrea, braman en cuanto huelen elecciones. Si son regionales o locales juegan al “y yo más”. Y si son nacionales, a la pura bravata, a ese chantaje propio de los barriobajeros de la Historia que parece haber sido inventado para ellos.
En la costa este, el nacionalismo habla de la “España excluyente” y del “genocidio lingüístico” al que, al parecer, está siendo sometida la ciudadanía. En la costa norte, el otro nacionalismo español agita un plan Ibarretxe al que ahora llaman plan Ados, nombre más propio de proyecto ollímpico que de camino a la secesión.
A los nacionalismos españoles no les preocupa en absoluto “la España excluyente”. Lo que les preocupa es la posibilidad de que se acabe el instrumento de chantajear y les quiten la llave de la caja.
Pero no han de inquietarse. En cuanto termine la función, gane el PP y pierda el PSOE, las cosas volverán a la normalidad. Es decir, ninguno de los dos partidos querrá pactar con el otro una reforma constitucional o, al menos, un ajuste del desmadre autonómico, ni tan siquiera una reforma de la ley electoral. Y Mariano Rajoy se dedicará, como todos, a engrasar la cerradura para que entre sin problemas la llave que a todos empobrece.
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