Todavía no lo saben, pero los partidos políticos actuales con todos sus dirigentes han entrado en barrena. Y el sistema constitucional español ha colapsado. Rien ne va plus. Tarde o temprano, hasta ellos empezarán a hablar de refundar el país. El problema es que hacerlo de verdad puede costar un grado de violencia insostenible. Y frente a ello, tal vez prefiramos desaparecer por el sumidero.
No estamos ante un asunto meramente económico. Es el modelo de sociedad que hemos construido en los últimos 30 años el que se ha demostrado inviable. El caos económico simplemente ayuda a aflorar los tintes más dramáticos de nuestro fracaso colectivo.
La raíz del problema está en primer lugar en quienes tenían la responsabilidad de dirigir el destino de la nación y en el modelo político que nos propusieron. Y en segundo lugar en nosotros mismos, ciudadanos de a pie, incapaces de reflexionar un solo segundo acerca de la responsabilidad que comporta el derecho al voto. Mentecatos sectarios cegados por el culto estúpido a unas siglas, las que fueren, en lugar de aprender que no hay derechos sin deberes y que las ideas tienen consecuencias.
Nos ha dado igual todo y hemos preferido el tintineo de las monedas en el bolsillo a la dignidad nacional. Cambiamos los principios por los que se deben regir los ciudadanos de una nación íntegra por el viaje a Cancún, o por el traje de lupanar de Las mil y una noches para la primera Comunión de la niña, o por una televisión de plasma más grande que las ventanas por las que debería entrarnos la luz.
Hemos pasado décadas pensando que el ocio es el tiempo que uno dedica a patear un centro comercial. Dejamos de leer porque es aburrido. Y de pensar, porque para eso está la 2. Y así transferimos nuestra voluntad y nuestra libertad al Estado.
Y el Estado se hizo con la 2 y convirtió nuestro cerebro en un gulag mientras sonreíamos pensando que lo importante era la hipoteca.
Tenemos realmente lo que nos merecemos. Sobre el horizonte de este incierto 2012 no vislumbramos ni honra, ni barcos. Estamos llegando al fondo. ¿Qué haremos cuando nos instalemos definitivamente en él?
En un país como Dios manda estas cosas se resuelven con borrón y cuenta nueva. Refundación del Estado; redefinición de la nación; otra Constitución (si es que es necesario tener una Constitución); proclamación de un nuevo sistema político; desaparición de buena parte de las actuales instituciones; limpieza a fondo de las que sobrevivan.
Pero hace demasiados siglos que España dejó de ser un país como Dios manda. Ya somos incapaces de ver más allá de nuestras cortas narices. Y no parecemos hoy por hoy capacitados para escucharnos y acogernos unos a otros.
Hemos perdido la capacidad de ver en el otro a un compatriota. Y eso nos podría conducir a la violencia en el momento en que se produzca el crac, o al suicidio colectivo, es decir, a seguir sin hacer nada.
A algunos nos queda algo de optimismo todavía, y aguardamos esperanzados el momento de la hecatombe. Porque cuando toquemos de verdad fondo, de entre las ruinas sabremos resurgir. Y lo haremos de otra manera. Nada que ver con la sociedad que nuestra generación construyó y conoció.
Eso al menos quiero pensar.